“Cuando llegó a Chiclayo nos sorprendió mucho, porque fue un cambio radical. Antes teníamos a un obispo del Opus Dei, en cambio monseñor Robert Prevost era muy cercano, participaba en las diversas reuniones que convocaba. Fue un cambio total a lo que teníamos. Se mostraba muy cercano a la gente”, cuenta Sonia Arteaga, secretaria técnica de la Mesa de Concertación para la Lucha Contra la Pobreza, al recordar el estrecho vínculo con esa ciudad del norte de Perú, una de las más pobladas del país, del cardenal estadounidense que este jueves fue elegido nuevo jefe de la Iglesia Católica bajo el nombre de León XIV.
Su elección puso en el centro de atención a la zona, donde el religioso pasó casi dos décadas de su vida -primero, cumpliendo diversas labores en varias localidades de la costa norte y, luego, como obispo de Chiclayo, cargo en el que fue elegido en 2015 por el Papa Francisco- y donde destacó, además de por su larga permanencia, por su compromiso con las comunidades y una cercanía que dejó huella en sus habitantes, quienes aún hoy recuerdan con cariño su paso por el lugar, ubicado a casi 800 kilómetros de Lima.
No fue solo su labor pastoral o su liderazgo lo que capturó la atención, sino que también su estilo cercano, su disposición a escuchar y a estar pendiente de las necesidades de las personas, según recuerdan quienes lo conocieron. Estas personas lo describen como alguien reservado, pero a la vez franco y directo.

“Fue totalmente diferente al anterior obispo, si usted sacaba una cita con Prevost le agendaban una. Llegaba caminando a las reuniones, no necesitaba tomar un auto para todos lados. Esos gestos de cercanía que tenía hacia el pueblo significaron un giro muy importante que creo iban en la línea de Papa Francisco. De promover cambios”, añade Arteaga.
Su recuerdo coincide con el de muchos chiclayanos, quienes emocionados han ido compartiendo sus experiencias y celebran el ascenso en la jerarquía eclesiástica de Prevost. Es más, tanto los medios peruanos como las redes sociales se han llenado de las más diversas anécdotas sobre su paso por ese país, como detalles del tradicional desayuno de jugo de papaya con frito chiclayano (carne de cerdo sancochada prefrita, acompañada con camote, yuca sancochada y una salsa criolla) que el religioso tomaba en un local frente a la catedral de Chiclayo o cuando cantó villancicos, en 2014, junto a un grupo de jóvenes en la misma localidad.
“No pedía un trato especial”
El Papa también dejó claro en su primer mensaje tras ser elegido que tampoco los ha olvidado: “Un saludo a todos aquellos y de forma particular a mi querida Diócesis de Chiclayo del Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”, dijo.

“Lo que a mí me impactó, en primer lugar, fue que él salía a buscar al encuentro de las comunidades, los movimientos laicos, las parroquias, o sea, era alguien que estaba queriendo llegar a los sectores más alejados y, como era nuevo, estaba siempre buscando encontrarse con los grupos y con la gente”, recuerda Yolanda Díaz, miembro de la Comisión de Movilidad Humana y Trata de Personas, que trabajó directamente con Prevost.
“Veíamos como un obispo se relacionaba con nosotros y lo hacía en igualdad, algunos que tenían confianza, incluso se atrevían a llamarlo hasta por su nombre y él no se inmutaba, ni exigía ni pedía un trato especial. Nosotros siempre le hablábamos cariño y respeto”, añade.
Su aterrizaje en Perú ocurrió apenas tres años después de que fuera ordenado sacerdote en 1982. Entonces fue enviado a Chulucanas, en la región de Piura, al norte del país, y luego, en 1988, llegó a Trujillo para dirigir el proyecto de formación común para aspirantes agustinos de los vicariatos de Chulucanas, Iquitos y Apurímac.
Desempeñó dichas funciones entre 1988 y 1998, un período muy duro en el que Perú enfrentó la etapa más cruda de la insurgencia del grupo maoísta Sendero Luminoso y la represión generalizada de las Fuerzas Armadas, que incluyó secuestros, desapariciones y acciones del escuadrón de la muerte “Colina”, compuesto por agentes del Ejército, cuyas actividades autorizó el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000).
Esta situación no fue indiferente para Prevost, quien, en 2017 en medio de la controversia por el indulto al exmandatario, se refirió al tema. “El expresidente Alberto Fujimori pidió perdón en una forma digamos genérica, reconociendo en términos generales su culpa y algunos se han sentido ofendidos. Tal vez de su parte sería más eficaz pedir perdón personalmente por algunas de las grandes injusticias que fueron cometidas y por las cuales él fue juzgado”, dijo en esa oportunidad.
Prevost ocupó distintos cargos en Trujillo hasta 1999 cuando fue elegido Prior Provincial de la Provincia Madre del Buen Consejo en su natal Chicago. Pero volvió a Perú. En 2014, el Papa Francisco lo nombró administrador apostólico de la Diócesis de Chiclayo. Desde ese cargo, y en señal de compromiso con el país, anunció que se nacionalizaría peruano, algo que logró en 2015.

“Es una persona muy humana, muy dialogante. Una persona que escucha, no era autoritario. Era una persona justa para resolver los problemas que se presentaban. Era muy preocupado por el dolor, el sufrimiento de los demás. Una persona que se involucraba para solucionar los problemas. Una persona teológicamente muy intelectual. Era un pastor de ese perfil de Francisco, no era un obispo de escritorio, de capilla cerrada, era un obispo que caminaba, iba a la parte andina, hasta los lugares más alejados”, cuenta Augusto Martínez Ibáñez, coordinador de la Comisión de Movilidad Humana y Trata de Personas de la Diócesis de Chiclayo.
“Desde su llegada tuvo una profunda inclinación a trabajar con los laicos que conforman la Pastoral de la Diócesis de Chiclayo; le dio un especial énfasis también en su trabajo a todo lo que era la organización en asambleas diocesanas, en equipos pastorales”, explica.