En tiempos donde la desinformación y la apatía política parecen ganar terreno, la educación cívica emerge como una herramienta esencial para fortalecer nuestra democracia. No se trata únicamente de enseñar normas y procedimientos, sino de cultivar en las nuevas generaciones un sentido profundo de responsabilidad y participación ciudadana.
La escuela, como espacio formativo por excelencia, debe ir más allá de la transmisión de conocimientos técnicos. Es imperativo que fomente el pensamiento crítico, el diálogo respetuoso y la comprensión de los derechos y deberes que nos corresponden como miembros de una sociedad. Solo así podremos aspirar a una ciudadanía activa, capaz de cuestionar, proponer y construir colectivamente.
Sin embargo, esta tarea no recae únicamente en el sistema educativo. La familia, los medios de comunicación y las instituciones públicas tienen un rol fundamental en la formación de ciudadanos conscientes y comprometidos. Es un esfuerzo conjunto que requiere coherencia y voluntad política.
Invertir en educación cívica es, en definitiva, apostar por un futuro donde la participación informada y el respeto mutuo sean los pilares de nuestra convivencia. Es hora de asumir este compromiso con seriedad y convicción.